Dentro de lo difícil que ha sido el confinamiento, a un año de que inició, me gusta preguntar a la gente: ¿Qué es algo bueno que te ha dejado? Una de las respuestas que más se repite es: “aprendí a bajar el ritmo de mi vida”.
Indagando un poco más, me han contado chicos y grandes, que antes del confinamiento vivían de prisa con agendas completamente llenas y en constante estrés por el tiempo.
Comer rápido, para llegar a la siguiente actividad, trayectos llenos de estrés y finales del día llenos de cansancio en los que ahora, de nuevo, había prisa por irse a descansar.
Otra respuesta común que me han dado es: “no tener que ir a donde no quiero ir” refiriéndose a compromisos sociales.
¿Será que durante años le habíamos estado diciendo SÍ a muchas cosas que en realidad NO queríamos?
Definitivamente el confinamiento nos dejó ver qué era lo que pasaba si no hacíamos todas esas cosas que creíamos tan necesarias. Pudimos comprobar que algunas de ellas no lo eran tanto y, que además, lo que ganábamos al dejarlas era bastante positivo.
Pero, ¿por qué se ha sentido tan bien bajar el ritmo?
Haemin Sunin, Monje Budista Zen, nos dice que la felicidad está en hacer las cosas con calma y con intención.
Sólo cuando hacemos las cosas con calma y con una intención consciente, podemos apreciar los diferentes aspectos de cada momento y cada experiencia. Sólo así podemos sentirnos realmente conectados con las personas que estamos y con lo que hacemos. Esto genera mayor satisfacción en nuestra vida y la llena de propósito.
El mundo en el que vivimos nos da poca oportunidad de contemplar nuestras experiencias o siquiera de notarlas. Más que vivir en el presente, vivimos en el futuro, pensando constantemente en lo que sigue.
¿Y si nos quitamos de encima lo que realmente no queremos?
¿Y si aprovechamos que nuestro mundo hizo una pausa para cambiar nuestras prioridades?
¿Y si empezamos a decir más veces NO para decirle SI al momento presente, la calma y la apreciación?
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